Artículo del compañero Marc Cabanilles en el diario Levante-EMV
Llega un nuevo “9 d’Octubre” y como cada año, seguro se repetirán unas celebraciones repletas de declaraciones vacías, inocuas, insulsas e intrascendentes, lanzadas tanto desde el gobierno como desde la oposición, para, a mi entender, exaltar muchas veces ideas anacrónicas o superficiales, y también ocultar aquello que no interesa su conocimiento. “Afrontar el futuro con más fuerza”, “9 de octubre, nuestro día”, “Juntos frente a las dificultades”, “Construir una nueva sociedad”, “Hacia el futuro”. Pero la realidad, es que viendo la política en el día a día, uno no puede dejar de preguntarse: ¿De qué hablan? ¿A qué se refieren? ¿Qué futuro, qué nueva sociedad? ¿Qué tienen en mente, de verdad, cuando alumbran semejantes primicias? ¿Cuántos asesores habrán necesitado para elaborar esas ambigüedades? ¿Tienen algún plan que haga pensar en el cumplimiento de dichas manifestaciones? Unas celebraciones ampliamente distorsionadas, que me causan profunda tristeza e indignación porque se intenta ocultar una (gran) parte de la historia anterior a la conquista de Valencia por Jaime I en 1238. Las gentes que habitaban Madina Balansiya (Valencia, en árabe), no provenían del norte de África, puesto que llevaban varios siglos naciendo, trabajando y muriendo en esta tierra, y digo yo, que eso les daba, al menos, los mismos derechos que los pobladores que llegaron con Jaime I. Desde mediados del siglo XI, Madina Balansiya, conoció una etapa de gran florecimiento cultural, económico, demográfico y cultural. No eran unos bárbaros quienes aquí habitaban cuando llegó Jaime I. Era una población con una alto potencial agrícola, artesano y mercantil. Desde mi humilde punto de vista, no entiendo tantas alabanzas a Jaime I, pues nada innovó, sólo hizo lo que se hacía en su época, o sea, instaurar el orden feudal que predominaba en todos los reinos cristianos, con una sociedad estructurada según los cánones de esa época: El rey, los nobles, la iglesia, los burgueses y artesanos y por debajo de todos, la plebe rural y agrícola. No digo que la sociedad árabe fuera mejor, pues también tenían su élite gobernante, sus guerras entre taifas y, como no, su ley islámica no menos rígida que la católica. Pero de ahí a olvidar todo cuanto aportaron siglos de cultura árabe, junto con hacer ver que todo cuanto hizo Jaime I, lo hizo con la vista puesta en la autonomía que íbamos a tener en el siglo XX, va un abismo. Aunque no creo que sea un disparate, sino más bien, una típica maniobra puesta en marcha por los estamentos oficiales, como en tantas otras cosas, para hacernos ver y creer aquello que no es. Con el “Repartiment” y los “Furs”, libros sagrados del nacionalismo, Jaime I únicamente intentó evitar lo que ya le estaba pasando en el resto de la Corona de Aragón: Que la nobleza adversa (el poderoso conde de Urgel, entre otros), le hiciera la vida imposible en la administración del nuevo territorio conquistado, y cortó de raíz las tentaciones que esa nobleza, tanto laica como eclesiástica, tenía para imponer al rey, sus reglas y preferencias. Así pues, y en mi opinión, no tengo nada que agradecer (tampoco que reprochar) a Jaime I. Hizo lo que hizo por conveniencia propia, imponiendo a los “valencianos” que aquí vivían desde hacía siglos, unas normas, unas costumbres, una cultura y una religión que les eran totalmente extrañas en ese momento. Hizo lo que a lo largo de los siglos han intentado hacer todos los reyes: Con la excusa de la religión, lograr reunir un imperio cuanto más grande mejor, para repartirlo entre sus hijos o allegados y de esa forma, perpetuar su estirpe en las mejores condiciones posibles. Como cualquier buen rey que se precie, faltó a su palabra dada a los vencidos, muchos se vieron obligados a exiliarse al norte de África, esconderse en remotos lugares casi inaccesibles y otros fueron vendidos como esclavos, saqueadas y repartidas sus propiedades. En estas celebraciones y homenajes, nunca se oye una sola crítica a la actuación real, ni una sola palabra que haga referencia a lo que existía antes de la llegada de Jaime I. Parece que el rey no sólo trajo religión, cultura, leyes, etc., sino que debió traerse incluso la tierra que conquistó, pues de lo visto y oído, parece que no existía nada antes de su llegada. Todo el fasto y fanfarria que soportamos año tras año por estas fechas (en la calle, en la televisión, en los periódicos, en las escuelas), parece encaminado a ocultar y distorsionar todo lo anterior a la llegada de la cultura “blanca y cristiana”, eso sí, de forma descarada, burda e irrespetuosa. Lo que sea o deje de ser el pueblo valenciano, es fruto de un proceso mucho más complejo, rico y variado del que nos quieren hacer ver los detentadores del poder, siempre intentando redirigir el pensamiento colectivo, hacia un modelo de sociedad muy concreto. Siempre intentando hacernos creer, que lo que tenemos, mejor ni tocarlo, porque es lo perfecto, y por tanto cualquier otra cosa sería peor. Siempre decidiendo por nosotros sobre qué debemos celebrar, qué debemos pensar, qué debemos conocer, qué debemos olvidar. Yo dimito del “9 d’Octubre” mientras tenga este sabor rancio, mientras falte el de rigor histórico, mientras no haya un reconocimiento hacia todas las culturas que a lo largo de los siglos han hecho que seamos como somos, mientras no haya la más mínima autocrítica de cómo se hicieron algunas cosas. Hoy ya nada se debate, ya nada se argumenta. Todo se ha convertido en un gran cuento, en un lujoso teatro, en una gran carpa de circo. Algo de lo que ya hace años, nos advirtió un ilustre exiliado, el poeta León Felipe: “Nos tratan de dormir con cuentos”. Y lo están consiguiendo, añadiría yo. En el mejor de los casos, esconder y camuflar la historia, demuestra una gran incultura. Pero temiéndome lo peor, lo que se ve, es el desprecio y la falta de interés por la integración de colectivos humanos con otras ideas, otras culturas, otras religiones, otras lenguas. Para terminar, si se quiere ver en estas humildes reflexiones un problema de banderas, reinos, lenguas o religiones, es no entender nada o traer muy malas intenciones (políticas, claro). Es mucho más sencillo. Se trata de un problema de integración, cultura, respeto, transparencia histórica y sobre todo, de pensar y analizar uno mismo con sentido común.