Perdonen que no les vote
Queridos militantes y entusiastas de la izquierda parlamentaria, la posible, la más realista; la otra (la revolucionaria y utópica) se desvaneció con el discurrir de los años como el resto de nuestros sueños juveniles: no se tomen a mal que antes incluso de acabar la campaña electoral, con sus ceremoniales mítines, sus tediosos debates televisivos y sus irrealizables programas en los buzones, ya tenga tomada la decisión de no dar mi valioso y solicitado voto a esas candidaturas tan prometedoras, tan progresistas. Pero no se preocupen; tampoco se lo voy a dar a sus rivales, la derecha tardofranquista. Faltaría más. Si uno es ya un viejo desafecto al sistema de democracia formal, más aún lo es a la vetusta democracia orgánica.
Aunque no deja de ser una amenaza para las libertades y la convivencia, el crecimiento de los grupos de extrema derecha no deja de tener su utilidad a la hora de pedir el voto para los partidos demócratas; a falta de propuestas radicales y creíbles, se apela a la conciencia del elector reticente para que acuda a votar a los menos malos, ya que si se abstiene tendrá que cargar sobre su conciencia con la culpa de haber ayudado a la entrada de los más malos en las instituciones de gobierno. No hay duda de que el miedo lleva a mucha gente a votar con la nariz tapada, sin mucho convencimiento de la utilidad del gesto ni confianza alguna en las siglas y los candidatos elegidos a regañadientes.
Y es que son muchas ya las elecciones vividas, las decepciones y traiciones sufridas desde la salida frustrada de la OTAN a la derogación de la ley Mordaza y las reformas laborales, pasando por la creación de millones de empleos dignos, el fin de los desahucios, la redistribución de la riqueza y tantas promesas incumplidas por una izquierda que ha ido perdiendo intensidad en el rojo de su ideario. Por eso es por lo que se exagera el peligro del auge del nuevo fascismo, que sin duda lo representa, aunque en estos tiempos de neoliberalismo político y globalización económica al poder real no le interesa que su ascenso vaya más allá de meter el miedo en el cuerpo a quienes se resignan con no ir a peor y afianzar el sistema consumista e insolidario actual.
En todo caso, y esperando que las candidaturas progresistas sean capaces de revalidar sus mayorías, habría que reconocer que el resultado de las elecciones, obviamente, depende de los votantes, no de quienes deciden libremente no votar. Si hay gente trabajadora que habitualmente elige listas de la izquierda y acaba cansada de que la desengañen una y otra vez, lo lógico es que los partidos de izquierdas rectifiquen su trayectoria y no busquen culpables en aquellas personas o colectivos que para nada han participado en la contienda electoral.
Para mayor tranquilidad del personal conviene tener en cuenta que entre unas jornadas electorales y las siguientes normalmente trascurren cuatro años, un tiempo precioso para que -independientemente del resultado- los de abajo nos organicemos y retomemos la lucha por los derechos que unos gobiernos y otros (todos ellos dóciles seguidores de las doctrinas emanadas de Davos y otros foros del capitalismo mundial) pretenden seguir recortándonos: salarios, pensiones, servicios sociales, sanidad, educación, libertad de expresión y manifestación, etc. Nuestros vecinos de Francia nos están demostrando que, gobierne quien gobierne, la lucha es el camino más seguro y eficaz.
Así es que no se tomen a mal mi desapego al juego parlamentario y cuenten conmigo, mientras me duren las fuerzas, para luchar -donde siempre ha luchado el pueblo- por todas esas aplazadas reivindicaciones tan necesarias y que tan poco preocupan a quienes nos vienen gobernando.
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