¿SUMAR O SER SUMADOS?
Tengo viejos amigos y buenos compañeros, con los que he compartido muchos años de militancia libertaria o anarcosindicalista, que sin dejar de adscribirse al ideal ácrata en el que nos hemos sentido cómodos gran parte de nuestras vidas han llegado a la conclusión de que, visto como nuestra revolución social se aleja del horizonte, lo coherente y práctico ahora es votar a las nuevas formaciones progresistas que van surgiendo de la mezcla de los restos de la izquierda clásica con la más joven línea parlamentarista nacida a la sombra del movimiento del 15M.
La verdad es que razones para dudar del proyecto autogestionario, con el que seguimos soñando, no les falta a estas desencantadas y por otro lado excelentes personas; la hegemonía del capitalismo y del pensamiento único es cada día más rotunda y asfixiante, mientras que el anarquismo y el resto de corrientes revolucionarias apenas representamos diminutas, aunque activas y persistentes, realidades.
A fin de cuentas, ¿qué tenemos para presumir, después de dos siglos de andadura del anarquismo? Muy poco: el movimiento zapatista, la revolución de Rojava, algunas fábricas ocupadas en Grecia y Argentina, cooperativas, bibliotecas y ateneos, centros sociales, periódicos, radios libres, etc. en varios países y mucha historia; montones de libros contando nuestras revoluciones y explicando la idea que las alumbró.
Y si la revolución se ha quedado congelada en textos y debates, olvidada y alejada de las preocupaciones de una clase trabajadora que se ha visto arrastrada del estado de bienestar a la precariedad galopante, lo procedente es apoyar, aunque sea con la nariz tapada, a los partidos que prometen enfrentarse a las derechas para evitar males mayores y que, en la medida de sus pocas fuerzas, consiguen impulsar algunas leyes que suponen leves avances para los sectores más desfavorecidos.
En ese aspecto supongo que no habrá grandes discrepancias a la hora de reconocer algunos cambios positivos en materia de pensiones, salario mínimo, derechos de la mujer, alquileres, contratación laboral y otras mejoras que ya se cuidan en exagerar desde el gobierno progresista. Sin embargo, en el debe también hay una considerable lista de promesas y compromisos incumplidos: derogación de la ley Mordaza, de las reformas laborales y de pensiones de PP y PSOE, acabar con los desahucios y la precariedad laboral, revertir las privatizaciones de importantes servicios a la ciudadanía, etc.
Por otro lado, como contra gobiernos de izquierdas se considera que no hay que protestar (para no favorecer a la derecha, nos dicen) el progresismo no ha tenido más remedio que tragarse sapos como la política europea en materia de fronteras y refugiados, el incremento del presupuesto militar y el alineamiento con EE.UU. en la guerra de Ucrania y otros conflictos o el abandono a merced del régimen marroquí del pueblo saharaui al que España había prometido ayudar a encontrar su futuro.
Ante el anuncio de nuevas convocatorias electorales para este 2023 no parece que los muchos olvidos del gobierno de izquierdas vayan a provocar una reflexión serena en estos compañeros de los que hablamos, puesto que ya ha empezado la campaña para atemorizar a los abstencionistas menos pertinaces para que todo el mundo se arremoline alrededor de la nueva izquierda, ya que en caso contrario vendrá la derecha a rematar los cambios que el capitalismo ya nos tiene asignados.
Ante este previsible panorama preelectoral nada mejor que armarse de paciencia y dejar que pasen los llamamientos a cerrar filas tras unos autoproclamados líderes que nos generan más hastío que ilusión. No es necesario hacer campaña abstencionista; ya se han encargado los sucesivos gobiernos y sus oposiciones de desprestigiar la política institucional con más acierto del que los propios ácratas seríamos capaces.
Por todo ello, siga el votante con sus menguadas ilusiones acudiendo a las urnas en las que cada vez confía menos e intentemos, los que ya dejamos de creer, construir proyectos alternativos y modelos sociales basados en la libertad, la solidaridad y la autogestión. Y, por supuesto, llevemos a la práctica esa acertada consigna de "Gobierne quien gobierne, los derechos se defienden". ¡Nos vemos en las calles!
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